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Preparamos la Primera Comunión de Manuel

Preparamos la Primera Comunión de Manuel

El 27 de noviembre de 2003, día de la Virgen Milagrosa, nace nuestro hijo Manuel. El 10 de enero de 2004 recibe el Bautismo en la parroquia del Buen Pastor, y desde entonces la inquietud por transmitirle la experiencia de la fe es una constante en nuestra labor de padres: si la fe es el mayor tesoro que hemos recibido de Dios, tenemos que comunicar a Manuel con nuestras palabras, nuestras actitudes, nuestras obras, todo lo que Dios nos quiere –pensamos.

Y en este quehacer, nos damos cuenta en seguida de que en la sociedad laicista, individualista, y deshumanizada en muchos aspectos en la que vivimos, educar en la fe es nadar contracorriente. Palpamos en el día a día cómo múltiples obstáculos se empeñan con tozudez en entorpecer la marcha (el menosprecio generalizado de la religión, el desgaste de los valores cristianos, el deterioro de la imagen de la Iglesia, nuestra propia comodidad y nuestro egoísmo….) y, en muchas ocasiones, tenemos la impresión de estar solos o, en el mejor de los casos, de estar tarados por seguir creyendo en algo en lo que casi nadie cree.

En estos años vamos sorteando escollos, pero no todo son dificultades. También asistimos con enorme ilusión al despertar del sentimiento espiritual de Manuel, al brotar de la conciencia solidaria y la preocupación por los más pobres, a la vivencia de la Semana Santa (el sinfín de interrogantes que suscita en él todos los años , casi nos desborda al tiempo que nos conmueve), a la experiencia del perdón….

…Llega el momento de inscribirlo en catequesis de primera comunión y descubrimos que no caminamos solos. Además de sus compañeros de catequesis, Aurelia, su catequista, está ahí para repartirse el trabajo con nosotros. Y empezamos a mirarla como signo patente de la presencia de Dios en nuestras vidas pero sobre todo en la de Manuel, como alguien a quien Dios mismo ha puesto en su camino para hacérsele visible.

Continuamos llevando a Manuel a catequesis, asistiendo a misa, cantando y rezando en casa, hablando de Jesús con cualquier excusa, estudiando juntos los exámenes de religión … y casi sin darnos cuenta se aproxima la fecha de su primera comunión.

La preparación de este día nos provoca en un principio sentimientos encontrados: una gran alegría, ¡Manuel va a recibir a Jesús!, y también un gran desconcierto ante la serie de añadidos con que se adereza el sacramento, que nada tienen que ver con él y que por alguna extraña e insólita razón todos pensamos que son de obligado cumplimiento .

En este punto nos planteamos que queremos que Manuel perciba y guarde para el recuerdo (para ese tiempo en el que por la edad, las influencias del ambiente o quién sabe qué, todo se remueve y se tambalea), LO ÚNICO QUE IMPORTA, ES DECIR, JESÚS. E inspirados por las recomendaciones de Luis Enrique en su primera reunión con los padres después de las vacaciones de Navidad, nos centramos en esta idea: tratar de que todo lo que rodee su Primera Comunión sea punto de encuentro con Jesús.

Así, nos ponemos a hacer nosotros mismos las invitaciones con la ayuda de Manuel y también los recordatorios , que salpicamos de simbología que evoca su proceso de fe y recoge su primera oración; pedimos a los familiares y amigos que nos acompañarán ese día que no le regalen nada y que lo que hubieran pensado gastar en él lo entreguen como donativo a Caritas o Manos Unidas o a sus parroquias; encargamos una cruz para los amiguitos que en estos días también hacen la Primera Comunión; aprovechamos ropa que teníamos para vestir en la celebración y aceptamos un traje prestado para nuestro hijo, con la intención de compartir lo que ahorremos; vamos preparando nuestro obsequio : una carta, en la que le decimos que hubiéramos querido regalarle a Jesús, pero no podemos, porque Jesús se regala a sí mismo en la Eucaristía, y en la que le explicamos que por eso le regalamos el habérselo presentado, el haberle mostrado a ese Jesús en quien creemos, a quien amamos y a quien seguimos, para que él también lo conozca, también lo ame, también lo siga; y finalmente, rezamos, porque sabemos que si nosotros queremos a Manuel, Dios lo quiere aun más y actuará en él porque es su Padre.

Todo ello lo hacemos impulsados por la fuerza del Espíritu, reforzados por los misioneros vicencianos, y retroalimentados por la docilidad con que Manuel va asumiendo encantado nuestras propuestas, con ese olfato innato que tienen los niños para captar lo auténtico.

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