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Mensaje de Mons. Ciriaco en la Semana de la Oración por los Cristianos

Mensaje de Mons. Ciriaco en la Semana de la Oración por los Cristianos <p align="justify">Queridos diocesanos:<br /><br /> Como sabéis, del 18 al 25 de Enero se celebra, cada año, en todas las comunidades cristianas, católicas y no católicas, el Octavario de Oración por la Unión de las Iglesias. Este noble propósito adquiere nueva urgencia en el momento actual por el fenómeno de las migraciones, la globalización, el hambre y las persecuciones políticas y religiosas. El hecho migratorio, que está adquiriendo una importancia creciente en la vida de los pueblos y también en las Iglesias, nos manifiesta la realidad de un mundo roto, fracturado. <br /><br />La Palabra de Dios no deja de recordarnos que todos los hombres somos peregrinos en el camino de la unidad. La Biblia misma es un mensaje ofrecido a toda la humanidad a través de un pueblo que se identifica a sí mismo, en una de sus confesiones de fe más antiguas, como peregrino: &quot; Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto...&quot; Abrahán y Sara, Jacob, Moisés …, José, María y Jesús son ejemplos de emigrantes. La unión de los cristianos tendría que ser, en este momento, paradigma de la unidad a la que todos los seres humanos estamos llamados. Empecemos practicando el ecumenismo de los hechos en la vida diaria, en el encuentro y la convivencia entre quienes, aunque separados, nos sentimos y somos hermanos. Ello facilitará el ecumenismo entre los teólogos. <br /><br />El Cuerpo de Cristo es uno y, sin embargo, la división entre los cristianos empaña esta verdad luminosa. Los obstáculos para curar nuestro pecado de división no son fácilmente superables. Necesitamos la fuerza del Espíritu Santo a fin de que demos pasos que nos acerquen cada día más. La fe común en Cristo es nuestro tesoro y nuestra esperanza. Por el contrario, la discriminación y la división son manifestaciones de una cultura no de vida, sino de muerte, de la negación del otro y de sus diferencias. Necesitamos que &quot;la vida de Cristo se manifieste en nuestro cuerpo&quot;. La misma fuerza que ha de empujarnos a las Iglesias y Comunidades eclesiales a trabajar juntos en favor de las situaciones, a veces desesperadas, de los sin techo, de los refugiados y de los inmigrantes, tiene que obligarnos también a trabajar apasionadamente por la unidad. Sólo así seremos signos de la gracia de Dios y de su proyecto amoroso de hacer de la humanidad la familia de los hijos de Dios. Jesús oró por la unidad de todos los que llevamos su nombre precisamente para que este mensaje fuera creíble. <br /><br />Por otra parte, hay que lograr que emerjan con fuerza en el mundo de hoy la paz, la justicia, el perdón. La paz es más que el silencio de las armas, es &quot;obra de la justicia&quot; (Is. 32,17). La justicia implica el reconocimiento de la dignidad de cada persona, de sus derechos fundamentales: la libertad de cada uno y la ausencia de discriminación por causa de religión, raza, cultura o sexo. Implica el derecho de toda persona a la vida, a la tierra, al alimento, a le educación, a la sanidad. Y sabemos que el odio étnico o religioso y la espiral de la violencia, que afecta a víctimas y verdugos, sólo encuentran su antídoto eficaz en el perdón. Como repetía Juan Pablo II, &quot;sólo el perdón puede restablecer la justicia y conducir al mundo a una situación de paz&quot;. Sólo el perdón sana la memoria del daño que mutuamente nos hemos hecho en el pasado. <br /><br />El diálogo con otras religiones y culturas no cristianas, para buscar juntos la reafirmación de los valores de la vida y del hombre, nos obliga con mucha mayor exigencia al diálogo entre los cristianos. Éste no se funda en sólo en la tolerancia o en la cortesía; tiene sus raíces en la fe común en Jesucristo y en el reconocimiento mutuo del bautismo, que nos hace miembros del mismo cuerpo de Cristo. “Lo que nos une es más que lo que nos separa”, dijo el Concilio Vaticano II. <br /><br />El verdadero ecumenismo no se puede contentar con el aprecio mutuo y la amistad. Jesús nos habla de la vida nueva, del hombre nuevo, de la nueva creación. Por eso, necesitamos la renovación personal y comunitaria. No hay ecumenismo auténtico sin conversión, sin dejarnos, unos y otros, sumergir en la novedad de el Reino de Dios, sin acoger, como un don de Dios, un modo nuevo de pensar, un corazón nuevo, fruto de una verdadera espiritualidad ecuménica. <br /><br />Conscientes de que &quot;llevamos un tesoro en vasijas de barro&quot;, que se quiebran con facilidad, oremos intensamente en estos días del Octavario pidiendo al Espíritu Santo que &quot;renueve los corazones de los fieles&quot;, que renueve a nuestras Iglesias y a las Comunidades eclesiales hermanas. Sólo así podremos decir una palabra convincente a este mundo fragmentado y, con frecuencia, violento. </p><p align="right"><strong><em>+ Ciriaco Benavente Mateos<br />&nbsp;Obispo de Albacete</em></strong></p>
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