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Vida Consagrada y Familia

Vida Consagrada y Familia <p align="justify">Lo decía el viejo relato del Génesis respecto de la creación del hombre: no es bueno que el hombre esté solo. Nada de esto se dice del resto de las criaturas que igualmente salieron de las manos creadoras del mismo Dios. Pero el hombre, dentro de su perfección frente a los demás seres, fue encontrado con esta carencia, con un algo que le distanciaba de su Creador: la soledad, o mejor dicho, la solitariedad. Y así Dios creó a la mujer como la compañía adecuada, en cuya unidad de los dos, podían ser la imagen y semejanza de Dios amor. <br /><br />Efectivamente, no era una cuestión psicológica la que Dios quiso remediar como si tan emotivo motivo le hubiera forzado a crear al varón y a la mujer. Lo que estaba en juego, lo que era antes y más principal, era que Dios mismo no era solitariedad, sino comunión amorosa de tres Personas. Si el ápice de la creación vivía solitariamente su soledad, podría ser cualquier cosa, pero no la imagen acabada y la semejanza más próxima de ese Dios que era Trinidad. <br /><br />San Agustín lo dirá muy hermosamente respecto de la Trinidad: la historia amorosa de un eterno Amante (el Padre), hacia un eterno Amado (el Hijo), en un eterno Amor (el Espíritu Santo). Y esta “familia divina”, Santa Trinidad, queda por vocación reflejada en la entraña de lo humano, precisamente por haber sido llamado el hombre y la mujer a esa alta y bella vocación: espejar en su relación la historia amorosa de la comunidad de Dios.<br /><br /> La vida consagrada, como vocación cristiana y eclesial, no queda al margen de ese reclamo vocacional, y también ha recibido su marchamo espejador de estar convocada para reflejar al Señor. Precisamente, una de las notas que caracterizan el ser vocacional de la vida consagrada (salvo particular carisma de radical soledad), es la dimensión comunitaria, sea cual sea su expresión concreta. En definitiva esta vocación cristiana significa ser consagrados por el Señor, con los hermanos que Él da, y para la misión a la que envía en su Iglesia: estas son las tres coordenadas, ser del Señor, con los hermanos y para la misión. <br /><br />Ya se ve que no basta ser del Señor, ni basta llevar adelante una misión, ni tampoco es suficiente estar hermanados. Son precisas las tres dimensiones que precisamente vehiculan y explicitan esta vocación eclesial: la consagración, la comunión y la misión. Por eso, hay un elemento “familiar” que hace de gozne en esa tríada: ser hermanos desde Dios y para la salvación del mundo. Si la dimensión comunitaria no bebe de la pertenencia al Señor y si no se hace luego testimonio de amor, estaremos ante otro tipo de comunidad, pero no ante la que supone una huella de la Trinidad en la encrucijada de la historia. <br /><br />La comunión sabe de perdón, de complementariedad, de misericordia, sabe a lo que sabe Dios. Al igual que no tendríamos Trinidad sin ese Padre que ama al Hijo en el Amor, tampoco tendríamos el testimonio de la vida consagrada como una huella trinitaria en la historia, si no reflejase en su comunión fraterna, la pertenencia a Dios y la misión carismática que se le confió. Esta es la familia de la vida consagrada. Esta es la familia de Dios que desde un carisma concreto, continúa en el tiempo lo que tuvo origen en la gracia que Dios regaló a su Iglesia a través de un fundador. <br /><br /><br /></p><p class="texto" align="right"><strong>Jesús Sanz Montes, ofm<br /></strong><em><strong>&nbsp;+ Obispo de Huesca y de Jaca<br />Presidente de la C.E. para la Vida Consagrada</strong></em></p><!-- InstanceEndEditable -->
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