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Mensaje de D. Ciriaco en el día de la familia

Mensaje de D. Ciriaco en el día de la familia <p><strong>+Ciriaco Benavente Mateos, <br />Obispo de Albacete volver</strong> </p><p align="justify">Muy queridas familias:<br />El Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso nacer y crecer en una familia. Por eso, el domingo siguiente a la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia: Un buen día para reafirmar la dignidad de la familia y de la vida. La humilde familia de Nazaret, por encima de las formas accidentales cambiantes, es modelo y estímulo familiar para todas las épocas.<br /><br />&nbsp;Felicito de todo corazón a quienes tenéis la suerte de vivir la experiencia de una vida familiar gozosa. ¡Dichosos quienes os comprometisteis a vivir un compromiso de amor definitivo y lo seguís manteniendo contra viento y marea!. El amor es simultáneamente don de Dios y tarea cotidiana. <br /><br />A la luz de la Palabra de Dios, creemos que la familia responde a la verdad del hombre. Por eso, ningún referéndum puede abrogarla, ninguna ley humana tiene derecho a suprimirla. Ya en el libro del Génesis se nos presenta a la familia como una realidad querida por Dios para prolongar su amor creador, para que la vida se difunda por medio del amor.<br /><br />El recordado Juan Pablo II repetía incansablemente que &quot;la familia es patrimonio de la humanidad&quot;. El Derecho Romano definía a la familia como &quot;seminarium reipublicae&quot; -semillero de la futura sociedad-. La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama que la familia es el elemento central y fundamental de la sociedad. Todas las encuestas manifiestan de manera unánime que la familia es la institución más valorada de la sociedad, incluso entre los jóvenes. Y, sin embargo, cuántas veces la vemos maltratada en tertulias de escaparate. Se ponen al mismo nivel formas de cohabitación más o menos pasajeras, más bien menos que más, con la unión matrimonial estable del hombre y la mujer. En nuestra jerga habitual la palabra &quot;pareja&quot;, tan ambigua e imprecisa, va relegando al olvido la de &quot;matrimonio&quot;, tan precisa y preciosa. <br /><br />Me duele que haya rupturas que se han hecho inevitables. Nunca juzgaré su doloroso desenlace. Estoy convencido de que para desestructurar una sociedad nada hay tan directo como desestructurar la familia y vaciar de contenido los valores hondos que la sustentan. Las cárceles están llenas de jóvenes, detrás de los cuales lo más frecuente es encontrar una familia rota. <br /><br />La cultura del corazón, la que hace humanos a los hombres, se da especialmente en el seno de la familia: La familia de Nazaret y muchas familias ejemplares y felices de hoy así lo testifican. El Concilio Vaticano II definió la familia como comunidad de vida y amor. Tres palabras esenciales, tres grandes dimensiones, tres columnas capaces de construir el mundo: <br /><br />Comunidad: El hombre sólo llega a ser persona mediante el encuentro, la apertura, la donación y la acogida.”Dicen que el hombre no es hombre,/ mientras no escucha su nombre/ de labios de una mujer. Puede ser” decía con admirable gracia y laconismo D. Antonio Machado. La comunidad nos salva de la soledad, del individualismo, de la autosuficiencia, de la autocomplacencia. El otro nunca puede ser un mero objeto utilitario de uso, y menos de abuso. La comunidad nos poda del instinto egoísta y devastador que nos repliega sobre nosotros mismos; nos enriquece, haciéndonos crecer en acogida, en responsabilidad, en compromiso. <br /><br />Comunidad de vida: La vida es el don más grande, el milagro permanente, el río que no cesa de fluir. En la familia la vida se da y se recibe, se recrea y se cultiva. La vida en la familia tiene nombre de hijo, hijo de las entrañas. Sólo en la familia aprendemos a decir “padre y madre”. Nada hay comparable a la experiencia de dar nueva vida. Es triste que el seno materno, hecho para ser cuna., se convierta con tanta frecuencia en patíbulo. Comunidad de amor: El amor es la energía más grande y poderosa, la canción más bella, lo más delicado y lo más fuerte, lo más sencillo y lo más importante, lo más exigente y lo más gratificante. Cuando falta el amor no hay vida, sino desierto; no hay fuego, sino frío; todo es funcional y utilitario. El amor, en cambio, lleva a poner al otro por encima de sí, a dar con generosidad y a darse en gratuidad, a vivir en colaboración y en comunión. En la familia se ama al otro por sí mismo. El amor verdadero pide ser definitivo: &quot;No es verdadero amante el que no está dispuesto a amar para siempre&quot;(Eurípides). <br /><br />Si ayer mirábamos a Belén como ciudad de paz y fuente de salvación, hoy miramos a Nazaret como patria de la familia, como punto de mira obligado para quienes quieren vivir en comunidad de vida y amor. Toda familia es sagrada. En toda familia hay algo de Dios, de su misterio. De Dios recibe savia y espíritu. Cristo, al desposarse en alianza eterna con la humanidad,, bendijo de tal manera el amor humano que lo convirtió en fuente permanente de gracia. Así, los esposos amándose, se santifican; uniéndose, hacen presente a Cristo .Y la casa se convierte en templo; la unión, en sacramento; el hogar familiar, en iglesia, la iglesia doméstica. <br /><br />En un momento en que la familia aparece bajo sospecha, ¿es posible ver todavía en ésta el nido de la vida, el manantial del amor? Ese es el testimonio de optimismo que los creyentes estamos llamados a dar, el que reclama la fiesta de hoy. Hay que decir a los jóvenes que es posible conocerse, amarse, hacer madurar el amor hasta hacerle fuego incandescente que transforma todo lo que penetra. Que es posible, que es hermoso y liberador llegar a pedir que el Señor lo consagre para siempre ante el altar; que el amor cuando es verdadero hace nuevo cada día que amanece. Nada aporta tanta hondura y fecundidad a la vida como el comprometerse de una vez para siempre si se sabe atizar cada día la llama del amor para que arda siempre en el hogar. “Cuando un hombre y una mujer envejecen amándose en los hijos de su amor la creación estalla de alegría” (Carlos Díaz). </p>
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